Por: Héctor David López V
Profesional en Planeación y Desarrollo Social
A propósito de la posesión de mandatarios locales, concejales, diputados y ediles. Es muy habitual escuchar a varias personas (me atrevería a decir que a muchas) decir que no les gusta la política. Que de política y religión no se habla porque daña las amistades. En los grupos de WhatsApp, e incluso de Facebook, es constante leer: “este grupo no es para política”, y pueden tener razón, ya que los grupos se crean con un fin determinado o unos intereses particulares, pero la política es tan de todos que es casi inevitable dejar de tocar temas afines, máxime en temporada electoral donde todos somos expertos en opinar, aun sin fundamentos, con argumentos malinterpretados de una noticia o hasta del mero titular, el que leímos sin ahondar en la nota. Esto no está mal del todo, si consideramos que lo peor (y más común de lo que parece) es opinar sin argumentos. Incluso, opinar podría ser un eufemismo para el irrespeto, ya que las “opiniones” se basan en atacar a quien no piensa igual. Los insultos están a la orden del día y la polarización es tal, que nos olvidamos de que también hay grises.
No nos gusta la política, pero olvidamos que político o política (y ojo, que no es lenguaje incluyente) viene del griego Politikós, ‘asuntos de las ciudades’, y todos somos ciudadanos, por lo que la política nos debería, sino gustar, al menos sí interesar a todos. Yendo un poco más allá, el diccionario de español Oxford Languages (2022) dice que la política es la “ciencia que trata del gobierno y la organización de las sociedades humanas, especialmente de los estados”, y aquí volvemos a estar inmersos, hacemos parte de la sociedad humana y hacemos parte del Estado nación. Para comprender mejor estos significados, es preciso traer a colación la definición que hace Esther Fragoso Fernández (s.f.) que dice que, el objeto de estudio de la política “es el Estado, entendido como la institución que rige a los individuos que conforman un grupo social en un territorio especifico”. Para nuestro caso, aunque obvio, colombianos y extranjeros en Colombia.
No nos gusta la política, pero es deporte nacional quejarnos, especialmente por redes sociales (estratificadas como están ahora, y que listo de mayor a menor estatus: X (antes Twitter), Instagram, Facebook y WhatsApp) sobre lo mal que estamos en términos organizativos: salud, educación, pensiones. Siempre tiene la culpa un “líder” político cualquiera, local o nacional, esté o no en el ejercicio del poder, de izquierda o derecha. Y nuestra experticia sobre el tema, llena de efervescencia, nos hace maldecir, malquerer y hasta destruir al contrario, creyendo siempre que tenemos razón, que la culpa no es nuestra sino de otros que votaron mal o que no votaron.
No nos gusta la política, pero debería, puesto que, un pueblo educado es un pueblo con poder, el verdadero poder del que habla la Constitución Política: “La soberanía reside exclusivamente en el pueblo, del cual emana el poder público”. Y gustarnos la política no es ser adepto de tal o cual candidato hasta el fanatismo, gustarnos la política y aprender de ella es más un ejercicio consciente que nos permite decidir con criterio propio que es lo que más le conviene a la sociedad de la que hacemos parte.